Su físico no era así de natural, sino que decidió engordar por voluntad propia. Y lo hizo porque era un tipo tan tan guapo que, -no perdamos de vista que era monje-, su belleza no le daba más que problemas. Por un lado, era frecuente que otros monjes o incluso los mismos ángeles lo confundieran con el verdadero Buda, y él, que habiendo alcanzado ya la iluminación no tenía ni la más mínima tentación de aprovecharse de la situación, debía deshacer el entuerto cada dos por tres y convencer a los demás que se trataba de una confusión. La gota que colmó el vaso, sin embargo, fue cuando un hombre se enamoró perdidamente de él y le pidió que se convirtiera en su esposa. Harto de los dolores de cabeza que su físico extremadamente atractivo suponía para él y para los que le rodeaban, encontró una solución definitiva para resolver el problema de raíz: comería desaforadamente y engordaría hasta que su cuerpo perdiera todo atractivo.
Por cierto, no hay que confundirle con Budai, una deidad del folclore chino que a veces también se puede encontrar en templos del sureste asiático, y que a diferencia de Maha Kachana es completamente calvo y lleva la barriga al descubierto. Para contemplar a este último no hay que viajar muy lejos: en el escaparate de una bisutería de la calle Boquería de Barcelona se expone un horroroso Budai verde gigante.
(publicado originalmente el 5 de noviembre de 2013)
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