A la hora de hacer fotos, hay una tendencia instintiva que todos compartimos cuando viajamos: la búsqueda de la belleza. Curiosamente, ante una escena dada, tanto aquellos que buscan la “autenticidad” (un concepto filosófico e intangible que rige el día a día de muchos viajeros) como aquellos que les da igual actúan de la misma manera: priorizan deliberadamente captar la máxima belleza de la que sean capaces, haciendo los equilibrios necesarios para que los elementos que no consideran bellos, aunque sean lo más “auténtico” de la escena, no aparezcan en la foto. La belleza estética pesa más que la realidad. Y si lo que pretendemos es preservar el recuerdo de una vivencia, sólo podemos llegar a la conclusión de que actuando de esta manera buscamos engañarnos deliberadamente a nosotros mismos. O que lo que buscamos es un recuerdo parcial, un recuerdo a la carta: queremos recordar un ideal que en realidad nunca hemos llegado a ver, y el encuadre selectivo de la fotografía nos permite imaginarlo, y quizá con el paso del tiempo incluso suplantar la vivencia misma.
Bueno, dejo de filosofar. Estas dos fotografías las hice a finales de agosto, contemplando la salida del sol en el complejo de Angkor Wat, en Camboya. La imagen que abre el post es del estilo de las que muestran las agencias turísticas y las revistas de viajes: el monumento, espectacular, una enorme y enigmática construcción de piedra que se materializa en medio de la oscuridad con la primera luz del día, reflejado sobre el agua.
Y la verdad es que lo que sugiere la foto y la vivencia real no tienen mucho en común. Imagino que como la mayoría de los allí presentes, me hubiera gustado vivir esta escena con cierta soledad y silencio. Pero la realidad es que para poder hacer esta foto me tuve que poner de puntillas, buscando el mejor lugar posible detrás de una multitud de turistas que, de la misma manera que yo, levantaban sus cámaras y ipads para conseguir captar la imagen. Y todo ello en medio del sonido constante de los obturadores, las voces de los camboyanos que incansablemente insistían para que alguien les comprara un libro o fuera a desayunar a su parada, y los gritos de tres jóvenes franceses que, cerveza en mano y completamente bebidos, intentaban ligar con un grupo de holandesas que no sabían dónde esconderse.
La foto de aquí abajo está hecha desde unos pocos metros atrás, y transmite de manera bastante más fiel la experiencia real. Lo bueno es que siempre suele haber una alternativa: al precio de sacrificar la foto con el reflejo del templo sobre el estanque, sólo hay que situarse al otro lado del camino central para disfrutar de toda la tranquilidad.
(publicado originalmente el 15 de octubre de 2013)
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