Si existe un país en el sureste asiático continental completamente desconocido para nuestra cultura, sin duda éste es Laos. Pocos occidentales son capaces de situarlo con precisión en un mapa, o de mencionar tan siquiera un solo elemento o rasgo distintivo del país. En muchos españoles, la palabra Laos solamente despierta un vago recuerdo de cierto ex director general de la Guardia Civil que hace dos décadas se escondió en ese lejano país huyendo de la justicia. Y tal desconocimiento no es un hecho extraño, puesto que Laos es un país con una presencia casi inexistente en los medios de comunicación internacionales, y por otro lado hasta hace muy pocos años era un destino turístico marginal. Sin embargo, Laos tiene algunos rasgos distintivos que le confieren un carácter único y que deberían despertar un mayor interés en él.
Con una superficie de 236.800 km2 (algo menos que la mitad de la superficie de España) y cerca de seis millones y medio de habitantes, Laos es el país con una densidad de población más baja de todo el sureste asiático después de Brunéi. Es un país montañoso sin salida al mar, situado en el corazón del sureste asiático continental. La mayor parte de su terreno está surcado por montañas bajas y abruptas, en gran medida cubiertas por densos bosques monzónicos. El majestuoso río Mekong atraviesa el país de norte a sur, nutrido por numerosos afluentes, y en sus llanuras aluviales se cultiva el arroz que supone la base alimentaria de los laosianos.
Rodeado por vecinos mucho más poderosos, Laos ha logrado contra toda probabilidad sobrevivir hasta el día de hoy como una entidad política diferenciada. El reino de Lan Sang, precursor del Laos moderno, se fundó a mediados del siglo XIV, y en su apogeo llegó a rivalizar con los reinos más poderosos de la región. Pero varias desventajas geográficas, principalmente el hecho de no tener salida al mar y la escasez de tierras de cultivo que permitieran sostener su crecimiento demográfico, hicieron que a partir del siglo XVII fuera quedando rezagado frente al avance imparable de los reinos vecinos. De este modo, el reino de Lan Sang se vio sometido como vasallo de reinos más fuertes y posteriormente se fragmentó, hasta recuperar finalmente su unidad a finales del siglo XIX bajo el control del colonialismo francés. Fue en aquellos momentos cuando se fijaron las actuales fronteras del país y se adoptó el nombre de Laos. Pero esa reunificación como entidad política se había cobrado un alto precio: por el camino el antiguo reino de Lan Sang había perdido una gran parte de su población y territorio, y su administración quedaba en manos de una potencia colonial europea.
La era colonial llegó a su fin tras seis décadas con la independencia de 1954. Pero en aquel momento, lejos de llegar la tranquilidad, se abrió un periodo turbulento en el que Laos se vio inmerso en los vaivenes de las luchas de poder del nuevo orden mundial. Y, por desgracia, el campo de batalla no podía encontrarse más cerca. Mucha gente desconoce el papel fundamental que Laos desempeñó en la Segunda Guerra de Indochina, más conocida como la Guerra de Vietnam, y que Laos tiene el triste récord de ser el país más bombardeado del mundo: la aviación de los EE.UU. lanzó dos millones de toneladas de explosivos sobre él a lo largo de nueve años. A día de hoy, cuarenta años después de la finalización del conflicto bélico, las numerosas municiones sin detonar que se esconden en el subsuelo de muchas áreas rurales del país siguen suponiendo un peligro para la población, al mismo tiempo que suponen un lastre para su desarrollo económico.
La victoria de las fuerzas comunistas en 1975 llevó a la proclamación de la República Popular Democrática de Laos, el actual régimen, que se autoproclama comunista pero que a pesar de su nombre tiene muy poco de democrático y poco de comunista. Es difícil defender que Laos sea una democracia cuando existe un único partido que gobierna el país sin permitir la formación de otros partidos, actúa con contundencia frente a los actos de disidencia y ejerce un estrecho control sobre los medios de comunicación. Y la insistencia del Gobierno en mantener la retórica comunista, cuando sus políticas no parecen priorizar el reparto igualitario de las riquezas del país y su economía se rige por las leyes del libre mercado, parece responder más a una estrategia para perpetuarse en el poder que a una voluntad real de gobernar acorde a las tesis comunistas.
Uno de los aspectos más destacables de Laos es sin duda su extraordinaria diversidad étnica. Los expertos hablan de un mínimo de una cincuentena de grupos étnicos, pertenecientes a las cuatro grandes familias étnico-lingüísticas presentes en el país, cada uno de ellos con su propia lengua, cultura y tradiciones. La cultura dominante de Laos engloba aproximadamente a un 60% de su población total, y gran parte de sus costumbres y creencias no son compartidas por el 40% restante, que en sí mismo tampoco forma en absoluto un grupo homogéneo. La tradición budista ha dejado un fuerte poso en el carácter de los laosianos, y los valores del budismo se siguen considerando el aspecto esencial más definitorio de su identidad. Pero la religión en Laos no es solamente un importante vestigio del pasado, sino que se encuentra muy viva y tiene un peso importante en el día a día de sus gentes. Las creencias y prácticas animistas, presentes en Laos con anterioridad a la llegada del budismo, se mantienen vivas tanto entre las etnias minoritarias que no han llegado a abrazar el budismo como entre la cultura mayoritaria que profesa su fe en éste. Así pues, en una muestra del sincretismo religioso propio de la región, a través de los siglos el budismo que se practica en Laos se ha ido entretejiendo con elementos del animismo y del culto a los ancestros hasta formar un todo indisoluble.
Otro rasgo central de la esencia de Laos es su carácter rural. Tanto es así que incluso las principales ciudades del país conservan en gran medida un cierto aire de pueblo de provincias. De hecho, se usa la misma palabra (ban) para designar tanto a los pueblos como a los barrios de las ciudades, subrayando el carácter rural de las urbes laosianas. Pero la modernidad ha llegado a Laos y ha pisado el acelerador durante la última década, cambiando la fisonomía de sus principales ciudades y abriendo las puertas a la entrada de bienes de consumo codiciados por la incipiente clase media del país. A pesar de ello, el alcance de esta modernidad que lucha por imponerse está lejos de ser una realidad consolidada: se centra en las principales ciudades que se hallan a lo largo de las principales vías de comunicación, y se difumina rápidamente a medida que uno se aleja de ellas. Esta convivencia de tradición y modernidad hace que en el territorio del actual Laos se pueda encontrar desde una de las últimas tribus nómadas de cazadores-recolectores que quedan en el sureste asiático, hasta una emergente clase media urbana entre cuyas principales preocupaciones se encuentra tener un coche más grande que el del vecino.