RELIGIÓN

INTRODUCCIÓN

La creencias y prácticas religiosas se encuentran muy vivas en Laos, y tienen un peso destacado en el día a día de sus gentes. Además del budismo de la corriente theravada, que es la religión que profesa la mayor parte de los habitantes del país, las creencias y prácticas animistas y de culto a los ancestros se encuentran también muy extendidas. Y estas creencias y prácticas animistas, que se encuentran presentes en Laos desde antes de la llegada del budismo, no se restringen solamente a las etnias minoritarias que no han llegado a abrazar el budismo, sino que se dan también entre la cultura mayoritaria que profesa su fe en éste. Así pues, en una muestra de la compleja realidad religiosa propia de la región, el budismo que se practica en Laos se ha ido entretejiendo con elementos del culto a los espíritus y a los ancestros hasta formar un todo indisoluble.

Aunque desde la llegada al poder de los comunistas en 1975 el protagonismo del budismo es mucho más discreto que antaño, su papel dentro de la sociedad laosiana sigue siendo muy notable. Las ciudades y pueblos del país están punteados por numerosos monasterios budistas, lugares muy frecuentados por la población en general y con un papel fundamental en la organización social de la comunidad, y de un modo muy destacado en la celebración de las principales festividades. Cada mañana antes del amanecer, grupos de monjes y novicios, descalzos, con las cabezas afeitadas y vestidos con los tradicionales ropajes de color azafrán, salen de su monasterio y recorren en silencio las calles cercanas al templo, recolectando en sus cuencos las ofrendas de comida que les entregan los fieles, quienes aguardan pacientemente su llegada sentados en fila en las aceras. Las ofrendas son especialmente abundantes durante los cuatro días sagrados del mes, que coinciden con las fases de la luna, y son anunciados por el retumbar de tambores y el repiqueteo de campanas des del recinto del monasterio.

BUDISMO

VIDA DE BUDA

El príncipe Siddhartha Gautama fue una figura histórica real que vivió en el siglo VI a.C., aunque la historia que nos ha llegado de él se confunde con la mitología que se ha ido tejiendo a su alrededor a lo largo de los siglos. El príncipe Siddhartha, del linaje de los Gautama, nació alrededor del año 563 a.C. en Lumbini, un pueblecito del actual Nepal muy cercano a India. La leyenda dice que salió del vientre de su madre inmaculadamente limpio, y ella murió al cabo de una semana. Su padre, Suddhodana, era el rey de la región, y con el deseo de que su hijo le sucediera algún día en el trono, creyó conveniente protegerlo de cualquier decepción o sufrimiento. De este modo, el futuro Buda creció en un ambiente de lujos y privilegios sin salir nunca de palacio, mientras se le instruía en los conocimientos necesarios para llegar a ser un gobernante. A los dieciséis años se casó con su prima Yasodhara.

A pesar de su vida de comodidades y deseos satisfechos, Siddhartha empezó a sentir curiosidad por la vida fuera de palacio, y cuando tenía unos 29 años manifestó su deseo de salir y ver con sus propios ojos cómo era la ciudad. El rey, su padre, le pidió que pospusiera un día su salida, y en ese corto plazo de tiempo ordenó a sus hombres que fueran a la ciudad y se afanaran en esconder de la vista a todas aquellas personas que delataran la mortalidad y el sufrimiento de la condición humana, como los viejos y los enfermos. Al día siguiente, mientras visitaba la ciudad en compañía de su auriga, Siddhartha se topó con un anciano decrépito que habían olvidado. Ante su sorpresa, el auriga le explicó que aquél era el efecto que el paso de los años tiene sobre el hombre. Consternado, en días sucesivos siguió saliendo de palacio en compañía de su auriga sin el conocimiento de su padre, y así conoció la existencia de la enfermedad (con el encuentro de un enfermo con el cuerpo cubierto de llagas purulentas) y de la muerte (al topar con un cortejo fúnebre) En su última salida, Siddhartha se encontró con un asceta errante y, profundamente impresionado por la renuncia de éste a los bienes materiales y por su determinación en seguir el camino espiritual, el príncipe tomó la decisión de seguir sus pasos. Aquel mismo día en que decidió dejar su familia, Siddhartha supo que su mujer había dado a luz un hijo, a quién dio el nombre de Rahula (que significa literalmente “impedimento”). Por la noche se despidió silenciosamente de su mujer e hijo mientras éstos dormían, y abandonó el palacio montando su caballo y en compañía de su fiel auriga.

budaSiddhartha empezó su nueva vida estudiando con dos maestros de meditación, y con ellos aprendió a entrar en el estado de trance característico de la práctica de técnicas de concentración mental. Pero a pesar de ello, no logró encontrar la revelación religiosa interior que perseguía, y resolvió entonces llevar una vida extremamente austera, vagando desnudo por el campo, en ayunas, sin bañarse ni dormir. Tras seis años de prácticas ascéticas extremas, Siddhartha estuvo a punto de morir de inanición, y entonces llegó a la conclusión de que la vía del ascetismo severo no era eficaz, puesto que si ésta le conducía a la muerte antes de lograr la iluminación, volvería a renacer sin haber logrado su objetivo de escapar al ciclo de las reencarnaciones. Una chica de la región donde se encontraba le ofreció un poco de arroz y de leche, que él aceptó, y así puso fin al periodo de ascetismo extremo y empezó la práctica de lo que se ha dado a conocer como la Vía Media: la moderación en todos los asuntos de la vida, que se encuentra a medio camino entre la indulgencia sensual y el ascetismo severo. Los cinco ascetas que lo consideraban su maestro le abandonaron disgustados al saber que había comido, creyendo que había abandonado su búsqueda espiritual.

A la edad de treinta y cinco años Siddhartha seguía sin encontrar la manera de lograr su objetivo final y, determinado a ello, se sentó bajo una higuera (ficus religiosa) en Bodh Gaya, un pueblo del actual estado indio de Bihar, con la determinación de meditar y no levantarse de ahí hasta que lograra la iluminación o muriera en el intento. Durante la meditación, Siddhartha recibió el ataque de Mara, un ser sobrenatural ligado a la muerte y a los deseos terrenales que abocan al samsara (el ciclo de reencarnaciones), pero la determinación del primero venció los ataques y las tentaciones de Mara, que acabó aceptando su derrota y postrándose en señal de sumisión. Siddhartha meditó durante toda la noche, logrando primero el conocimiento de sus vidas pasadas, después el poder para ver las de otros seres (el ojo divino) y, finalmente, la naturaleza causal condicionada de la realidad (el karma). El príncipe Siddhartha obtuvo la omnisciencia perfecta, la iluminación, cuando el sol empezaba a despuntar, convirtiéndose desde aquel momento en Buda, “el que ha despertado”.

Después de meditar durante siete semanas más en siete lugares diferentes, Buda sintió compasión por la humanidad sufriente y decidió permanecer en el mundo para comunicar su revelación interior a los otros. Decidió transmitir sus conocimientos a los cinco ascetas que habían perdido la fe en él cuando estuvo a punto de morir de inanición e ingirió alimentos, y los encontró en la población india de Sarnath. En el episodio que se conoce como el primer giro de la rueda del dhamma, la enseñanza de Buda fue tan efectiva que en una semana todos sus discípulos habían logrado el nirvana, la liberación definitiva del sufrimiento de la existencia y del ciclo de reencarnaciones. Esta primera enseñanza marca el momento que se considera el nacimiento del budismo.

Durante los siguientes cuarenta y cinco años Buda predicó su mensaje de salvación y llegó a reunir a un gran número de discípulos, con los cuales formó el Sangha, la orden monástica budista, los cinco primeros miembros de la cual fueron los ascetas que habían recibido la primera enseñanza. A la edad de ochenta años, y después de ingerir alimentos envenenados que le provocaron una fuerte disentería, Buda siguió viajando hasta llegar a las afueras de la población de Kushinagar, donde se reclinó en el suelo sobre su lado derecho entre dos árboles, y traspasó mientras se encontraba en un estado de profunda meditación.

 

PRINCIPIOS BUDISTAS

El samsara, el kamma y los reinos de la existencia

El budismo cree que todos los seres sensibles (a excepción del mundo vegetal) están sometidos a un ciclo involuntario de reencarnaciones, el samsara, que se perpetúa a causa de la actitud de búsqueda del placer y de evitación del dolor. Asimismo, el budismo muestra un camino para lograr la iluminación (nirvana), que supone la liberación de este ciclo.

El kamma (karma) es una energía trascendente ligada a cada ser y derivada de sus actos, y es el principio que hace responsable a cada ser de su situación en el mundo. Cada acto comporta unas consecuencias sobre la persona que lo realiza, buenas o malas, y el kamma es el balance de todas ellas, y lo que al final de cada reencarnación determina si el próximo renacimiento será más o menos favorable. De este modo, en función de los méritos o deméritos acumulados durante la vida a través de las propias acciones, cada renacimiento tiene lugar en uno de los reinos de la existencia. Según la escuela theravada existen cinco reinos, que en orden ascendente son: el del niraya (naraka) (el infierno budista), el de los animales (que comparten espacio con los humanos), el de los peta (preta) (espíritus atormentados, que a veces comparten espacio con el hombre, pero son invisibles para la mayoría de la gente), el de los seres humanos y el de los deva (deidades, espíritus o ángeles).

buddhist hell (2)Las tres marcas de la existencia

El análisis que Buda hace de la existencia humana se basa en tres características, que se conocen en su conjunto como las tres marcas de la existencia: anicca (anitya), dukkha (duhkha) y anatta (anatman).
Anicca es la impermanencia, un concepto que se encuentra en la base de todo el sistema de la religión budista. En la vida todo fluye y nada es permanente. La impresión de permanencia es sólo una ilusión, y cuando pasa el tiempo necesario todo cambia y deja de existir.
Dukkha es el sufrimiento, y es producto de la impermanencia. Todo aquello que no es permanente genera insatisfacción, y por ello no tiene sentido depositar la confianza en cualquier cosa material.
Anatta es la carencia de alma, y se deriva también de la impermanencia: si todo se encuentra en un estado constante de mutación, no puede existir un alma individual. El ser humano es un compuesto cambiante de agregados físicos y mentales, y no existe una sustancia que se mantenga después de su muerte, aunque ciertos rasgos y características pasan de una vida a la siguiente.
El ser humano está constituido por los cinco khanda: el cuerpo, los sentimientos, las percepciones, las predisposiciones y la consciencia. Estos atributos son los que determinan el carácter de la persona, un conjunto de cualidades que se encuentran en constante evolución, y que emanan de una fuerza de la vida o espíritu común a todos los seres vivientes.

 

Las cuatro nobles verdades y el óctuple camino

En base a este análisis de la existencia humana, Buda señaló la existencia de un camino que permite salir de este mundo de sufrimiento, y lo explicó a través de lo que se conoce como las cuatro nobles verdades. La vida está llena de sufrimiento e insatisfacción (1), y la causa de ello son los deseos del ser humano y la ignorancia de la verdadera naturaleza de la realidad (2). Sin embargo, existe una forma de dejar de estar sujetos a este mundo de insatisfacción: si eliminamos el deseo acabaremos con el sufrimiento (3). Para lograrlo es necesario seguir el óctuple camino (4). Las ocho fases de este camino que conduce a la liberación (nirvana) son la recta visión, la recta intención, la recta palabra, el recto obrar, el recto modo de vida, el recto esfuerzo, la recta atención, y la recta concentración. En las directrices del óctuple camino se pueden discernir tres partes diferenciadas. En un primer momento, la justa visión del mundo implica un cambio en la percepción del mundo, donde éste se deja de ver como un conjunto de objetos materiales permanentes, y se pasa a ver como una serie de procesos interactivos en constante mutación. Esta revelación conduce a la recta intención, que no es otra que la intención de seguir el camino de las enseñanzas de Buda, al juzgar que su análisis de la existencia es acertado. En segundo lugar, las cuatro fases siguientes están dedicadas a poner en práctica las dos fases precedentes, y esta práctica consiste no sólo en abstenerse de causar mal a los otros, sino en esforzarse positivamente en hacer el bien, a través de la palabra, los actos y el modo de vida. Esto implica el compromiso de no robar, no matar, no mantener una conducta sexual impropia, no usar drogas y, en general, no hacer o decir nada que pueda dañar a los otros. En tercero y último lugar, son las dos últimas fases donde encontramos las actividades que podemos considerar explícitamente religiosas, que a menudo están restringidas a los monjes. La recta atención es un ejercicio espiritual propiamente budista que busca tomar conciencia de los propios pensamientos y acciones, y pone las bases para la recta concentración: la práctica de la meditación. Esta se puede dividir en dos categorías: el samadhi, el cese del flujo de pensamientos en movimiento constante que flotan en la mente, y la vipassana, la meditación introspectiva que permite tomar conciencia última de la naturaleza de la realidad y conseguir la liberación del círculo del samsara.

OFRENDAS

Las ofrendas materiales son una muestra de generosidad (dana) y de virtud (sila), un acto de devoción que no debería estar motivado por la expectativa de obtener ningún favor a cambio. A pesar de ello, tal como veremos más adelante, en la práctica es común acompañar las ofrendas con alguna petición, algo externo al budismo y muy propio del animismo. Los objetos que tradicionalmente se utilizan como ofrenda están cargados de simbolismo, reflejando algunos elementos centrales de las enseñanzas budistas. Las flores reflejan la impermanencia (anicca) de las cosas, ya que muy pronto pierden su esplendor y se marchitan. Encender una vela o una lámpara de aceite es un reflejo de la luz de la sabiduría del dhamma, que ilumina la oscuridad de la ignorancia. El olor perfumado de las barritas de incienso es un símbolo de la pureza de una conducta moral inmaculada. Los cuencos de agua son símbolo de pureza, claridad y calma, reflejando el estado mental necesario para lograr deshacerse del deseo y la ignorancia. La fruta nos recuerda que toda acción tiene sus efectos (kamma), y que el fruto u objetivo final al que aspiramos es el nibbana. La flor de loto simboliza el camino que conduce hasta la iluminación: del mismo modo que el loto florece por encima de un estanque enfangado, debemos elevarnos por encima de la impureza y del sufrimiento hasta llegar a la sabiduría y la iluminación.

 

ANIMISMO

Las creencias animistas, aunque con una gran variedad de formas entre las diferentes etnias, regiones, pueblos, etc., tienen un papel central en el sistema de creencias de los habitantes de Laos, y condicionan la vida diaria y las actividades cotidianas de los laosianos. Ello es así también para la población que se declara budista (67%), pues ambas toman papeles complementarios que son vividos por el practicante como una práctica religiosa sin fisuras. Si bien es muy frecuente que, en una simplificación, se describa la cultura religiosa de Laos como “budista”, las creencias animistas se encuentran bien arraigadas en la mentalidad de los laosianos, y constituyen el sustrato sobre el cual se ha asimilado el budismo. Del mismo modo, el budismo como religión dominante ha influenciado el culto a los espíritus, aunque no ha logrado modificar su esencia: los creyentes en los phi (espíritus) intentan instrumentalizar a los espíritus o protegerse de ellos, un hecho esencial que demuestra que el modo como se comprende y como se actúa ante el mundo de los espíritus es completamente ajeno a la ética budista y a la lógica de causa-efecto del karma. El peso que tiene la creencia en el mundo de los espíritus en Laos es posiblemente más destacado que en cualquiera del resto de países eminentemente budistas de la región, lo que sin duda está relacionado con el hecho que el budismo no se difundió tan profusamente en las regiones abruptas que constituyen el actual Laos como en los países vecinos.

Spirit Altar - Vientiane (November 2013)

El reino de los phi (espíritus) es un mundo más vaporoso y difícil de trazar que el de la tradición budista. Las sociedades que practican el culto a los espíritus son normalmente rurales y analfabetas, y sus tradiciones se transmiten oralmente. La carencia de documentos escritos hace que sea imposible trazar con precisión la evolución histórica del animismo. Por otro lado, en la inmensa mayoría de los casos no existe una tradición artística que atribuya un aspecto o forma concreta a los phi, y por lo tanto son muy raras sus representaciones en pinturas o esculturas. No existen templos propiamente dichos consagrados a la veneración de los phi, donde los creyentes puedan entrar y llevar a cabo sus rituales, sino que son venerados en pequeños y sencillos altares o simplemente en pilares, que no muestran ninguna o una muy escasa representación simbólica. Hay espíritus que son esencialmente protectores y benevolentes, mientras que otros son abiertamente malignos y destructivos. Es necesario mantener a los espíritus protectores satisfechos mediante ofrendas periódicas, puesto que en caso contrario éstos retiran su protección y su carácter benevolente se convierte en destructivo. Por esta naturaleza ambigua, no domesticada ni guiada por consideraciones éticas, los phi son respetados y temidos. Las creencias de los laosianos incluyen una gran multitud de espíritus, pertenecientes a diferentes categorías.

En Laos habita una gran variedad de grupos étnicos, pero en cuanto a sus creencias animistas existe una notable similitud entre todos ellos. En el animismo los objetos, lugares y fenómenos naturales pueden tener espíritu del mismo modo que los animales y los hombres. Cada uno de los grupos étnicos de Laos tiene su propio sistema de creencias elaborado que contempla una existencia después de la muerte, y también un complejo sistema para explicar la interacción de los espíritus con el mundo de los vivos, y tienen chamanes con el don y conocimientos que les permiten mediar entre los dos mundos y ejercer como médicos del espíritu para tratar a los enfermos. Se considera que cada ser humano tiene un alma que se constituye de diferentes partes, y que la enfermedad acontece cuando alguna de ellas se extravía. Las enfermedades son tratadas por chamanes, a los cuales se atribuye la capacidad de mediar entre el mundo de los hombres y el de los espíritus. El ritual de curación requiere la comunicación del chamán con los espíritus, y habitualmente se consigue mediante un estado de trance que permite al chamán adentrarse temporalmente en el mundo de los espíritus, para conocer cuál es el espíritu causante de la enfermedad y de este modo determinar cuál es el ritual necesario para contentarlo y restablecer así la salud del enfermo.

LA CEREMONIA DEL BASI

En la cultura lao, casi cualquier momento de transición de la vida es motivo de celebración de una ceremonia del basi, que tiene como objetivo que el khuan, la esencia vital del individuo, permanezca unido logrando así un estado de equilibrio físico, psicológico, espiritual y social. El maestro de ceremonias es el mò khuan o phon khuan, un anciano distinguido del pueblo (aunque en ocasiones informales puede ser el cabeza de familia), quien, sentado en el suelo al igual que el resto de asistentes, recita un largo cántico y expresa los más variados deseos de éxito para el invitado. “Cada vez que mastiques betel (nuez de areca), deseo que tengas tu hombro derecho descansando sobre el pecho de una chica bonita que te sonría con ternura”, es una fórmula de basi comentada por un viajero francés a principios de siglo XX. Después de esto, el homenajeado responde con un respetuoso nop y extiende un brazo con la palma hacia arriba hacia el maestro de ceremonias, quien anuda un cordel de algodón blanco alrededor de la muñeca del homenajeado. Para participar de esta transmisión de buenas intenciones es habitual que otras personas cercanas extiendan sus brazos para tocar el brazo o costado del homenajeado o, si se encuentran demasiado alejadas, de otras personas que estén en contacto con aquél. Es común también que tras el maestro de ceremonias hagan lo mismo el resto de los participantes, anudando más hilos y formulando sus propios deseos. Laosianos, extranjeros residentes y viajeros se ven a menudo luciendo estos sencillos brazaletes, normalmente en la muñeca derecha. Se considera sacrilegio cortar expresamente el cordel, y la tradición pide que se lleve por lo menos durante tres días, tras los cuales se puede desanudar o esperar hasta que caiga por sí mismo.

BASI

OTRAS RELIGIONES EN LAOS

El budismo y el animismo son las creencias dominantes en Laos, mientras que sólo un 1,5% de la población se declara cristiana, y menos de un 1% musulmana, según datos del censo del 2005. El gobierno de Laos reconoce oficialmente cinco religiones: el budismo, el catolicismo, el protestantismo, el islam y el bahaísmo. La constitución de Laos reconoce formalmente el derecho a la libertad religiosa, pero al mismo tiempo se encuentra vigente un Decreto sobre las prácticas religiosas, aprobado en el año 2002, que contiene numerosos mecanismos que permiten al Gobierno el control e interferencia en las actividades religiosas. Dicho decreto establece que muchas actividades religiosas sólo pueden llevarse a cabo con una aprobación gubernamental, e incluye también prohibiciones vagas sobre actividades que fomenten la “división social” y el “caos”, facilitando una aplicación arbitraria de la ley.

El primer contacto que el reino de Lan Sang tuvo con el cristianismo se dio a mediados del siglo XVII de la mano del misionero jesuita italiano Giovanni-Maria Leria, quien fracasó en su objetivo de convertir a la población local al cristianismo. Como ya hemos visto, la mentalidad tradicional del sudeste asiático acepta sin problemas la coexistencia de varios credos y la práctica simultánea de distintas fes por parte de un mismo individuo. Así como el budismo logró consolidarse en el sudeste asiático en parte gracias a su flexibilidad y tolerancia respecto a otras fes, la insistencia del cristianismo en la existencia de una sola fe y un único Dios verdadero sin duda fueron un gran obstáculo que impidió que el cristianismo fuese aceptado en la región. El cristianismo fue posteriormente reintroducido –aunque con escaso éxito- por misioneros franceses a finales del siglo XIX, como parte del proceso colonizador. Hoy en día, la mayoría de los laosianos que se declaran cristianos son católicos por la influencia francesa, y en la capital y en otras ciudades del país hay varias iglesias (entre las cuales cabe destacar la de Savannakhet). Hay tres facciones cristianas reconocidas oficialmente por el gobierno de Laos: la Iglesia Evangélica de Laos, la Iglesia Adventista del Séptimo Día y la Iglesia Católica Romana. Muchos de los laosianos católicos son de origen vietnamita, y se encuentran en las principales áreas urbanas a lo largo del Mekong de las regiones centrales y del sur de Laos. Por lo que respeta a las congregaciones protestantes, muchos de sus miembros pertenecen a grupos étnicos de la familia Mon-Khmer, especialmente a la etnia Khmu en el norte del país. El cristianismo y las organizaciones de orientación cristiana presentes en el país son vistas con cierta suspicacia por parte del Gobierno, una desconfianza que empezó durante la época de la Segunda Guerra de Indochina, cuando en suelo laosiano operaban misioneros cristianos norteamericanos en colaboración con la CIA. El autor Lev N. Morev, que ha estudiado la situación de las religiones en Laos, habla de la existencia de unas 250 oenegés presentes en Laos con afiliación religiosa, muchas de las cuales han usado la ayuda humanitaria como pretexto para introducirse en Laos y acceder principalmente a regiones habitadas por grupos étnicos minoritarios (como los hmong y los khmu) para propagar formas evangélicas del cristianismo.

(basado parcialmente en el texto de la Guia Cultural i Turística de Laos, publicación autoeditada en 2010, de Ferran Pons y Jordi Pla)

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